Las PASO de Alberto y Cristina: defensa del protagonismo estatal y nostalgia de la pelea con Macri
Alberto Fernández y Cristina Kirchner presentaron los candidatos y dejaron pistas sobre el tono de la campaña: un contraataque por la “pesada herencia”
Más allá de los nombres de los candidatos, el cierre de listas para las PASO de septiembre dejó pistas sobre cómo imagina el Gobierno la campaña y los dos años que le quedan de mandato, así como el tipo de oposición que habrá a partir de esta elección.
Empezando por el acto realizado en la fábrica de Queruclor en Garín, que tuvo toda la impronta de Cristina Kirchner. Como hizo a lo largo de su gestión gubernamental, la ahora vicepresidente, transforma debilidades en virtudes y pasa de acusada a acusadora. En este caso, al poner en el centro de la agenda la situación de las pymes industriales, uno de los sectores más castigados en esta crisis.
Y, después de haber visto la contundencia de las encuestas, donde queda en claro que incluso en medio de la pandemia, la mayor preocupación social -y factor decisivo para la definición del voto- volverá a ser la economía, los líderes del Gobierno decidieron hacer del tema económico el centro de su campaña.
No fue casual la escenificación en la que se presentó a los candidatos, cuidadosamente elegida. Como explicó el propio gobernador Axel Kicillof, se trataba de una planta industrial que había pertenecido a una multinacional de origen estadounidense que dejó el país en 2018. Y que fue reactivada por Walter López, un típico exponente de lo que a Néstor Kirchner le gustaba llamar “burguesía nacional”.
López no sólo recibió elogios por invertir en medio de una crisis sino que el propio Alberto Fernández le agradeció su “solidaridad” porque le tocó hacer su aporte para el impuesto extraordinario a las grandes fortunas. Pero, como compensación, se llevó la promesa de que habrá una política oficial que protegerá a las pymes argentinas, al contrario de lo que ocurría en la gestión macrista, en la que desde el ministerio de la Producción se le aconsejaba al dueño de Queruclor que importara en vez de producir en el país.
No es fácil recuperar el discurso industrialista en un momento como este, en el que el desempleo real según la Universidad Católica es de 28% de la población y en el que se baten récords de pobreza e indigencia.
Pero el Gobierno dejó en claro que tiene listo un discurso para seguir sosteniendo que “vamos a volver a poner al país de pie”. Uno de esos argumentos, como demostró el video proselitista inaugurado en ese acto, es el recordatorio permanente de la pandemia. Se machacará en que todo lo que no se logró en materia económica y social fue por la emergencia sanitaria.
El otro eje del discurso es el de la herencia recibida de la gestión macrista. Cristina, siguiendo la línea de sus últimos discursos, destacó que el endeudamiento del país y el regreso al Fondo Monetario Internacional son condicionantes para la recuperación.
Santoro, Tolosa Paz, Marziotta y Gollán, los candidatos con los que el Gobierno quiere mostrar su unidad interna
El mantra del Estado presente
Y, sobre todo, queda en claro cuál es la receta que el oficialismo planteará para el futuro: una profundización en el intervencionismo, bajo la premisa de que es con la presencia estatal que se sale de las grandes crisis.
Ya se había esbozado esta argumentación con claridad en la proclama de figuras cercanas al kirchnerismo en el último feriado del 9 de julio. En coincidencia con la protesta agropecuaria, y a modo de respuesta, esa proclama que contó con la bendición de Cristina establecía que la forma de reactivar al país implicaba una fuerte redistribución de los recursos. Y que al sector empresarial que “pretende un vínculo prebendario con el Estado, limitado a la obtención de mayores beneficios para sí, aun a costas del conjunto”, se le debía poner un límite.
Cristina le aportó su tono dramático a esa postura política: “Creo que ésta es la última oportunidad que vamos a tener como país si no encontramos una solución conjunta”, advirtió la vicepresidenta.
Y luego, en la presentación de los candidatos, la primera en la lista de diputados por la provincia, Victoria Tolosa Paz, dejó en claro cuál será su prioridad cuando ocupe su banca en el Congreso: impulsar los proyectos de reforma económica, empezando por “una nueva matriz impositiva” que libere recursos para el apoyo a la producción y al consumo.
En definitiva, el Gobierno dio a entender que tiene en claro cuál es su punto débil, en el que se ensañará la oposición, pero que se adelantará a “dar el debate de los grandes temas”. En otras palabras, a plantear que la reactivación productiva y la mejora en el consumo que se habían prometido en la campaña de 2019 sólo se lograrán con una profundización de esos rasgos que la oposición critica con más dureza, tales como el intervencionismo estatal, el gasto público y la presión impositiva.
Unidad, pese a todo
El otro mensaje que dejó el Gobierno es que valora dar una imagen de unidad, en la que todas las patas de la coalición mantengan su protagonismo, sin que ninguna parezca debilitada ni dé un tono disonante a la hora de debatir.
Esa imagen resulta clave después de muchos meses de reproches internos, en los que los sectores más radicalizados le enrostraron al Presidente y a su ministro de Economía, Martín Guzmán, estar llevando a cabo medidas de ajuste. Ese fue el centro de la pelea interna durante el primer semestre, mientras el déficit fiscal se reducía a “apenas” el 0,5% del PBI sobre la base de una caída en los salarios estatales y las jubilaciones, así como en un recorte a los planes de asistencia social.
Las desavenencias habían dado lugar a las especulaciones en el sentido de que el kirchnerismo intentaría “copar” el gabinete de Alberto mediante jugadas como sacar a Santiago Cafiero de su cargo para enviarlo como candidato a diputado por Buenos Aires.
Finalmente, eso no ocurrió: las listas muestran un equilibrio entre todas las fuerzas de la coalición. Y, sobre todo, todos los discursos fueron en la misma línea.
Es cierto que hubo pulseadas y que todos debieron ceder en algo. La concesión más notoria hacia el kirchnerismo, en materia de nombres, fue la salida de Daniel Arroyo del ministerio de Desarrollo Social, donde se especula con el ingreso de Andrés “Cuervo” Larroque. Se trata de un puesto clave en esta coyuntura, y Arroyo soportó críticas desde todos los frentes, empezando por el “fuego amigo” de los movimientos sociales.
Pero salvo por esa salida, la imagen de Alberto Fernández quedó resguardada, sin que hubiese situaciones que mostraran un menoscabo de su autoridad. Una situación muy diferente a la que había vivido, en 2015, Daniel Scioli, que para ser candidato oficialista debió pagar el precio de que Cristina le armara listas de legisladores que le respondían personalmente a ella.
Hubo, además otro gesto de Cristina: después de haber impulsado a sus legisladores para que reclamaran que la ayuda del FMI a Argentina -u$s4.300 millones como cuota para el país por la capitalización del organismo- se destinaran a la asistencia social y al estímulo productivo, se resignó a que ese dinero deberá ser utilizado para reforzar las reservas del Banco Central. También justificó este tema en el endeudamiento del país, pero lo cierto es que el asunto fue objeto de un duro debate interno, en el cual la vicepresidenta cedió por la argumentación de Guzmán de que se podía poner en riesgo la negociación con el Fondo.
Extrañando a Macri
El inicio de campaña dejó también en evidencia cuál es la mayor debilidad del Gobierno: extraña a Mauricio Macri. Y la estrategia de la oposición, que sacó de las listas y del centro de la escena a las figuras más aguerridas de la oposición, como Patricia Bullrich, implica un problema para el bunker oficialista.
Todos los líderes del Gobierno, y muy especialmente Cristina Kirchner y Axel Kicillof, dejaron en claro que su voluntad es la de polarizar la campaña para poder confrontar con figuras representativas de la gestión macrista.
No por casualidad, se repitió el reproche de que los candidatos opositores tienen que “hacerse cargo”. Cristina sostuvo que ninguna de las fuerzas políticas argentinas, ni siquiera los nuevos grupos autodenominados “libertarios” puede arrogarse no haber estado en el poder, porque sus ideas fueron puestas en práctica en algún momento.
El liderazgo emergente de Rodríguez Larreta, que impulsó a María Eugenia Vidal en la Ciudad, complica la estrategia kirchnerista de polarizar con el macrismo
Es la parte más difícil para el Gobierno. Porque a diferencia de lo que ocurrió en las legislativas de 2017, cuando Cristina decidió postularse al Senado -y por lo tanto debió defender las medidas tomadas durante su gestión presidencial-, ahora Macri no estará presente. Y no se trata solo de que no será candidato, sino que se ha instalado la idea de que su sector ha sido desplazado por una nueva oposición, liderada por Horacio Rodríguez Larreta, que tiene diferencias de estilo y de fondo con el “macrismo duro”.
Esa situación le complica la argumentación al Gobierno a nivel nacional -donde el tema a debatir será la economía- y también a nivel provincial -donde la estrategia oficialista es denunciar la mala infraestructura hospitalaria recibida de la gestión Vidal-.
Pero Vidal no jugará en la provincia. Y quien sí lo hará, el porteño Diego Santilli, no tuvo participación en la gestión de la ex gobernadora y ex “orgullosa bonaerense”.
Hasta hoy, los politólogos no terminan de ponerse de acuerdo sobre si la “desmacrización” de la oposición fue una estrategia electoral deliberada o si es apenas el resultado de las peleas internas en la oposición. Lo cierto es que esa división opositora -en la que el sector de “las palomas” se impuso sobre “los halcones”- no es la que deja más cómodo al Gobierno.
De manera que el desafío para la comunicación oficialista es traer presente a la campaña al gran ausente, Mauricio Macri.
Y, al mismo tiempo, resistir los embates sobre la gestión de la pandemia y de la campaña vacunatoria. En el comité de estrategia oficialista ya saben que saldrán a relucir las promesas incumplidas de Ginés González García, las contramarchas con el contrato de Pfizer y la polémica dependencia de la vacuna rusa Sputnik.
La importancia de este último tema queda en claro por la elección de Daniel Gollán, el ministro de salud bonaerense, como candidato a diputado. La discusión sobre el tema sanitario promete ser dura, y todavía no está en claro a quién le rendirá más votos.
En el inicio, el Gobierno sintió el bajón en las encuestas por la demora en el arranque de la campaña y el escándalo del “vacunatorio VIP”. Luego se recuperó con la llegada masiva de dosis que permitió cubrir a la mitad de la población. Pero ahora nuevamente está quedando en desventaja por las dificultades para completar el cronograma con las segundas dosis.
Es un tema en el que, más que competir contra la oposición, el Gobierno compite contra el calendario.
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